CAPÍTULO XXIX – BUQUE “CASTILLO DE MONTERREY” PRIMER EMBARQUE
Cuando fuimos a Madrid para hacer el curso Contra Incendios, ya me avisaron que embarcaría próximamente en el Castillo de Monterrey, que venía de vuelta de descargar cemento en el Golfo Pérsico, así que pasé unos días más y embarqué en Málaga el 5 de Marzo de 1982.
Como no había de momento ningún flete para cemento nos dieron orden de ir hacia Argentina haciendo consumo en Santa Cruz de Tenerife, donde posteriormente recibiríamos el puerto de descarga.
En Tenerife embarcaron algunos tripulantes nuevos en la Empresa y salimos hacia Argentina. Cuatro o cinco días después de la salida, uno de los tripulantes se quejaba de fuertes dolores en un costado. Pensamos que podía tratarse de un cólico nefrítico. Contactamos con el Centro Radiomédico de Madrid donde confirmaron nuestras sospechas, recetándole unas inyecciones para calmarle los dolores y la advertencia de que, si persistían, tratáramos de dejarlo en puerto lo más rápidamente posible.
A esa altura de viaje el puerto más cercano era Porto da Praia (Cabo Verde), a unos dos días de viaje. Nos llamó mucho la atención que mientras estaba solo en el camarote no se quejaba y en cuanto abríamos la puerta para visitarlo o medicarle ponía el grito en el cielo, por lo que de acuerdo con las instrucciones recibidas le inyectábamos calmantes para el dolor.
Fondeamos a la llegada y nos informaron que mandaban un remolcador para recoger al enfermo. Preparamos al enfermo, que estaba grogui debido a la medicación, para bajarlo con el polipasto, y en él estuvo colgado un buen rato mientras el remolcador se colocaba en posición para desembarcarlo.
Una de las veces que dió máquina atrás atrapó un cabo que llevaba arrastrando enrollándose en la hélice, por lo que quedó fuera de servicio y hubo que recurrir al bote salvavidas para llevarlo a tierra.
Antes de arriar el bote al agua me acordé de lo que había pasado durante las pruebas en Bilbao y ordené que se embarcara gas-oil aparte para evitar el problema de las paradas del motor. El Jefe de Máquinas se negó, a lo que me opuse comentándole que sin gas-oil de reserva iba a ir él a arreglar el motor cuando se parase. Al final se cargó el gas-oil y se llevó a tierra al enfermo.
Pensábamos que habría una ambulancia esperándolo, sin embargo sólo apareció una furgoneta, por lo que se le dejaron las mantas que llevaba, por lo menos hasta que llegara al hospital y no estuviese tirado sin nada más.
Después de las correspondientes paradas de motor el Jefe mandó revisarlo. Resultó que en Astilleros habían colocado la bomba de combustible al revés, por la que, a la vez que mandaba gas-oil para que funcionase el motor, iba sacando gas-oil del depósito, echándolo en el de reserva. Otra de las muchas chapuzas de Astilleros.
Seguimos para Argentina y nos obligaron a hacer más de cien cálculos para cargar grano. Imagino que no se tendría puerto de carga, o bien que habría varias posibilidades.
Mientras estuvimos fondeados, los argentinos tomaron las Malvinas, y la huelga general contra el gobierno que el día anterior habíamos visto en la televisión, al día siguiente se había transformado en todo un apoyo a éste por la toma de las islas.
Después de estar unos días fondeados en el estuario del Río de la Plata, subimos por el Río Paraná hasta Rosario, donde cargamos una parte pues el calado no permitía más, y desde allí fuimos a Bahía Blanca.
Después de acabar el cargamento en Bahía Blanca salimos para España. En el camino coincidimos con un submarino argentino que venía remolcado; creo que debía ser de la Segunda Guerra Mundial, poco más o menos lo que tenía la Fuerza Armada Argentina.
Una vez descargamos el maíz en Tarragona nos mandaron cargar cemento en Alicante para Alejandría (Egipto). Las condiciones de navegación eran casi metro y medio aproado para, antes de entrar en Alejandría, poder meter algo de lastre a popa y entrar en puerto con la máxima carga posible. Dado que las bodegas de cemento eran la uno, tres y cinco, había que hacerlo así por motivos de esfuerzos, y estos iban siempre a más del cien por cien.
El primer viaje, los trabajadores de Astilleros que estuvieron reparando y montando cosas a bordo, abrieron un registro en el cofferdam de la bodega cinco, y cuando lastramos el agua entró al túnel de tuberías mojando todos los circuitos eléctricos e inundando el túnel.
Como esto ocurrió cuando ya estaba finalizada la carga no nos dimos cuenta hasta después de hacer el cálculo por calados. Dimos unas trescientas toneladas de más, y como durante la travesía no era posible achicar el agua del túnel en su totalidad, porque las tomas de las bombas de achique estaban a popa del túnel y se descebaban, nos preparamos para la llegada a Alejandría, para evitar la falta de carga.
Tuvimos mucha suerte porque al abarloarnos al buque que hacía de silo, al que también mandábamos el cemento, tocamos fondo, con lo cual no se pudo realizar el cálculo por calados y salimos del paso sin más problemas.
Se hicieron unos cuantos viajes, pero el siguiente, antes de llegar a la zona donde nos abarloábamos al otro buque, una lancha estuvo tomando los calados con los que se realizó el cálculo de carga. Como es lógico, esta vez no faltó carga, así que la culpa se la echaron a otros buques griegos que también descargaban allí.
Aunque obligaban a tener una de las agencias de consignatarios estatales, estos no se dignaban a venir a bordo, y cuando lo hacían era para pedir algo.
Hacía de consignatario el que montaba el ‘chiringuito’ a bordo y vendía cosas típicas; también a través de él se mandaban y recibían telegramas y faxes; al final se ajustaban las cuentas y se le pagaba. Cuando se salía con él a tierra te dabas cuenta de que cada paso que daba, y puerta que cruzaba, tenía que ir dando una libra en cada movimiento; una delicia de país donde todo el mundo cobraba la celebre ‘mordida’.
En Agosto pasé a Capitán y así seguí hasta ir de vacaciones. Uno de los viajes, María José y los niños vinieron conmigo a Alejandría. Como los niños no llevaban pasaporte (tenían nueve y diez años) no les dejaron bajar a tierra y pusieron dos policías a bordo para impedirles la salida. Nos vino bien porque se pasaban el día jugando a las cuatro en raya y al parchís, y los policías bebiendo coca-cola.
Cuando me quedé de Capitán enviaron de la Central a un Inspector, D. Néstor, para que comprobara cómo me encontraba para asumir el mando del buque. Después de haber estado charlando un buen rato, me dijo que cuando tuviera algún problema, fuese a la hora que fuese, y en el lugar que fuese, me pusiese en contacto con él. Me comentó que él tampoco me iba a resolver el problema pero que al menos nos hincharíamos de reír. En principio me sonó a broma pero más adelante, como se verá, pude verificar el significado de estas palabras.
Lo que sí pude comprobar es que los conductores de Alejandría deben ser los ‘mejores del mundo’, pues en la mayor avenida, con seis carriles en cada sentido más el tranvía, con coches, camiones, motos, carros, bicicletas, burros y todo lo que uno se pueda imaginar, circulan a unas velocidades de vértigo y casi no se ven accidentes.
En un viaje que hicimos a las pirámides en el coche del que hacía de consignatario, aunque circulábamos por una carretera en pleno desierto y sin tráfico, éste se pasó todo el viaje tocando el pito; después de decirle que no tocara más desistí. Al parecer es algo que llevan impreso como el respirar.
Mientras estuvimos llevando cemento a Alejandría, uno de los relevos de Tercer Oficial fue Javier Arana (q.e.p.d.) quién, durante la primera descarga, estando en el casetón de control que había en medio del buque, le entraron ganas de orinar, y como el buque estaba tan ‘bien hechio’ a nadie se le había ocurrido poner unos servicios cerca.
Le dijimos que lo hiciera al costado del mar, la única opción posible. Cuando volvió vimos se había orinado todo, por lo que le preguntamos qué le había pasado. En el lugar que se puso había una válvula por la que salía la presión cuando los acumuladores cambiaban el ciclo, que sonaban como para dejarte sordo, y al hombre lo había pillado en la faena, lo que le puso tan nervioso que no pudo controlar la dirección de la orina.
Entrada en Alejandría. Puede apreciarse el desbarajuste del puerto, lleno de gabarras y barcos fondeados descargando.
Al fondo a la derecha, el barco al que descargábamos. Aunque nosotros lo hacíamos por tubería se ven las tolvas a las que descargaban los buques convencionales que iban con cemento. También se ven parte de las miles de gabarras que había en el puerto.
Una vez atracados, este buque al que descargábamos, a la vez que hacía de silo también empaquetaba sacos de cementos a razón de cinco mil toneladas por día. El gran problema era que había que prestar atención al personal del otro buque, porque de vez en cuando cerraban una válvula y se paraban todos los motores que utilizábamos en la descarga por sobre presión.
La foto anterior está tomada desde el puente del buque, hacia popa, y muestra como quedábamos nada más terminar la maniobra de atraque. El agua del puerto tenía un olor insoportable y no se podían utilizar los servicios pues usaban agua de mar teniendo que hacerlo con agua dulce para prevenir los olores.
Relevé a Pablo de Prada y desde esta fecha hasta que terminé en Elcano estuve siempre de Capitan.
Durante el tiempo que estuvo Pablo de Prada de Capitán solíamos meternos con él porque aunque había nacido en Madrid y sin ascendencia vasca, insistía en que él lo era. Como enseguida se calentaba y nosotros le pinchábamos mucho, a veces desbarraba, aunque con el tiempo he llegado a pensar que lo hacía para seguir un poco la broma.
Un día, después de desembarcar me llamaron de Madrid para que confirmara una denuncia que habían presentado contra Pablo en la que le acusaban de haber insultado a todo lo posible, menospreciando la bandera española, algo que no era cierto, como así hice constar. Se trató de una encerrona, pues no me dijeron nada y Pablo estaba oyendo lo que yo decía. Siempre he procurado ceñirme a lo que he creído justo, como hice en este caso, aunque solamente se trataba de una broma.