Capítulo XXXV – Buque «Castillo de Monterrey» – Quinto Embarque

CAPÍTULO XXXV – BUQUE “CASTILLO DE MONTERREY” QUINTO EMBARQUE

Otra vez en el “Castillo de Monterrey”, embarcando en Tarragona y desembarcando en Huelva, viajes con cemento para Florida y New Orleans (especial), y regreso con petcoque.

El primer viaje descargamos en Port Everglades y Port Cañaveral, como siempre, aunque con algo de cemento blanco para el primer puerto. Yo tenía la costumbre de hacer una comida especial cada viaje, que iba alternando entre Autoridad Portuaria, Aduana, Coast Guard y alguna que otra autoridad, con lo cual teníamos una relación directa que solucionó muchos problemas; se les solía hacer una paella, y antes jamón y queso y bebida variada, pues lo tomaban todo a la vez. Tras los postres les regalaba una botella de Carlos I, con lo que se iban más contentos que un niño con zapatos nuevos.

Desde Florida salimos para cargar petcoque en Davant, un cargadero en el Río Mississipi. En la foto puede verse el cargadero y la cinta de carga por la que llegaba el petcoque. En menos de un día nos cargaban completamente las seis bodegas, a pesar de que debían meter a bordo un bulldozer para ir alisando la carga y que no quedasen espacios vacíos.

Como la carga iba haciendo una montaña, cuando metieron el bulldozer en la bodega uno, éste resbalaba y se deslizaba montaña abajo, llegando un momento en el que no había forma de que funcionase pues se había quedado casi verticalmente ,y aunque lo arrancaban no podía desplazarse.

Como no tenían grúa con la que intentar engancharlo para llevarlo hacía arriba, decidieron dejarlo junto con la carga para, una vez realizada la descarga en España, ya tratarían de llevárselo. Para sacarlo tendrían que traer una grúa flotante, con el retraso correspondiente y los gastos.

Me puse en contacto con los capataces y les dije que nosotros podíamos solucionar el problema. Y así lo hicimos, pues en un rato, con nuestra grúa lo tuvimos fuera; luego me arrepentí pues no tuvieron la gentileza ni siquiera de dar las gracias.

De regreso, una vez descargado el buque y limpiadas las bodegas de cemento, sobre todo la número uno en la que cargábamos el cemento blanco, salimos nuevamente para Florida.

En Valencia habíamos cargado un cemento especial que se utilizaba en las prospecciones petrolíferas, que no debía estar en contacto con el aire, por ello, nada más cargar se tuvo que tapar con plásticos; menos mal que la limpieza de la bodega uno se había realizado pensando en el cemento blanco, pues exigieron una limpieza extrema para cargar este tipo de cemento.

Esta foto la tomé atracados en Port Everglades. Puede verse una gabarra atracando en el otro muelle y el remolcador trabajando entre los dos con un margen de sólo un par de metros. Pretendía mostrársela a los prácticos españoles que se negaban a trabajar de esta forma y por lo tanto necesitaban mucho más espacio para las maniobras. Esto no lo habrían hecho nunca.

Salimos para New Orleans, puerto de destino, y al día siguiente nos comunicaron que no debíamos entrar en el Río Mississipi por el South West Pass, sino que debíamos hacerlo por el MRGO Channel.

Después de un buen rato buscando el canal de marras, no tuve más remedio que poner un telegrama para pedir que me explicaran dónde estaba el canal para entrar a New Orleans.

Al poco se recibió la aclaración: el nombre era Mississipi River Golf Outlet Channel. Ya no hubo ninguna duda y fuimos directos a él. Lo de MRGO es una costumbre muy usada por los americanos para ahorrar palabras, pero para los de fuera es un verdadero “coñazo”.

Desde que embarcó el Práctico empezamos con problemas, ya que navegábamos por un canal de boyas a la entrada, y los pesqueros estaban dentro del mismo, como se ve en la foto; los pasábamos a unos metros por el costado, por lo que al menor fallo nos los hubiésemos llevado por delante.

En la foto, mi hijo Jorge mientras nos cruzábamos con otro buque, una vez dentro del canal. Era bastante más pequeño que nosotros y no hubo ningún problema, pero algo más tarde el cruce fue con otro buque de porte muy parecido al nuestro, y los prácticos tenían la costumbre de llevar el buque por el centro del canal con las proas enfiladas y cuando estaban cerca daban la orden de parar máquina y timón a estribor. Una vez cruzados se volvía a dar máquina para seguir por el centro del canal.

Esto se hacía porque el canal era bastante estrecho y cuando nos cruzamos, yo que desconocía la forma de cruzarse que antes explico, en vez de corroborar la orden de Práctico de parar máquina y timón a estribor, dí la orden de toda avante y timón a estribor. Muy tranquilamente me contestó que yo era el Capitán y, por lo tanto, el que mandaba.

Una vez nos hubimos cruzado con el otro buque le expliqué que debido a que la hélice de mi buque era de pala reversible, si hubiésemos parado la máquina la hélice seguiría girando y, por lo tanto, frenándonos, así, el buque no hubiese ido a estribor al perder la fuerza de la máquina y la inercia lo hubiese llevado al centro del canal buscando las aguas más profundas.

Tomó buena nota de ello y algunos meses más tarde recibimos la noticia de que se había prohibido el cruce en este canal de barcos del tamaño del nuestro y superiores.

Muelle donde descargamos el cemento especial. Las primeras toneladas descargadas iban a un silo especial donde el cemento era reconocido, y cuando verificaban que estaba en condiciones cambiaban a otro silo donde se almacenaba hasta el momento de su uso.

Les expliqué a los encargados que una vez se hubiesen descebado las tolvas, no habría más remedio que abrir la bodega para meter una máquina y poder seguir la descarga, con lo cual el cemento se iba a contaminar con el aire, al permanecer las tapas de escotillas abiertas.

La verdad es que les importó poco, y dudo mucho que fuesen necesarias todas la medidas que indicaron, pues más de la mitad de la carga se hizo a bodega abierta. Nunca oí que se hubiese producido alguna reclamación posterior. Nunca más se les llevó cemento.

Como es usual, cuando llevas un cargamento que ha podido ser dañado por agua o cualquier otro motivo, se hace la ‘Protesta de Mar’, para preservarte de los posibles daños a la mercancía; en este caso la hice en el Consulado de New Orleans. Me acompañaba mi hijo Jorge y cuando nos recibió el Cónsul, al identificarme, como el D.N.I. tenía la dirección de Málaga, me preguntó que si era nacido allí, le dije que no, que era de Melilla, lo que le supuso una gran alegría, pues, como nos comentó, allí había pasado uno de los mejores días de su vida.

Nos contó que estando destinado en Agadir, a finales de los cincuenta, le habían invitado a ir de pesca submarina en Melilla, a lo que era muy aficionado, y que le llevaron en un barco de pesca a la Isla de Alborán. Como tenía noticias de ello porque mi hermano y yo no pudimos ir por la cantidad de personas que fueron, se lo comenté, se volvió y descolgó un cuadro que tenía en el despacho donde estaban fotografiados delante del barco la “Josefa Cano”, él y mi padre, junto con otras personas de Melilla, entre ellos los hermanos Artolachipi y Antonio Romero.

Cuando terminamos la descarga nos enviaron a cargar petcoque a Burnside, en el Río Mississipi; para ello tuvimos que salir al Golfo de Méjico por el MRGO Channel y entrar al río por el South West Pass, así que después de navegar más de veinticuatro horas nos encontramos a 2 millas del atraque anterior, aunque por otro lado del río.

Como se trataba de un cargamento en el que no se necesita mucha limpieza, no perdimos tiempo y fuimos directamente al atraque, navegando unas veinte horas río arriba. La carga se hizo bastante rápida aunque no tanto como en otros atraques, y durante este tiempo visitamos los alrededores de la zona, que era en la que se habían instalado los grandes hacendados en tiempo de los esclavos.

En las fotos siguientes puede verse el cargadero, con una vista de la popa del buque y otra zona que era utilizada para cargamentos de grano, y en la siguientes un cartel con el nombre de la mansión y una foto de la fachada principal de un par de ellas. Las han conservado en buen estado y se pueden visitar, viendo el esplendor de las mismas y, a su vez, las casas para los esclavos, algunas mejores que otras pero que solamente constaban de una sola habitación para toda la familia.

Los que estaban arriba debían haber disfrutado de una vida maravillosa a costa de los esclavos.

El buque en el atraque donde cargamos el petcoque.

En alguna parte de estos recuerdos comento que, en Elcano, a veces, se les hacía mas caso a cualquier tripulante que al Capitán.

Normalmente cuando iba a viajar algún familiar en un viaje largo, pedían permiso al Capitán y luego se solicitaba a la Compañía.

Este verano que iba a venir mi hijo Jorge, llamé a la Empresa para comunicarlo y no me dijeron nada e concreto, toda vagamente pero sin conceder la autorización.

El Radiotelegrafista me había pedido permiso para traer a la hija y le había dicho que podía hacerlo, entregándome a los pocos días la carta con el permiso de la Empresa.

Me indigné tanto que una profesora de mi hijo, María Herminia, me había dicho se podía venir, la llamé le dijo que si y no me molesté en llamar a la Compañía, aunque sabían que venía de viaje porque había pedido un seguro para ella.

Nunca hicieron mención a este hecho pero de haberlo hecho les habría saltado a la yugular.

Zona del cargadero para grano. Pueden verse unas gabarras por el interior que traen la mercancía desde Canadá por el río, la enviaban a los silos para, después de comprobar que estaba en buenas condiciones, mandarla a los buques.

El cartel con algo de la historia de la misma.

Vista de la entrada a la mansión. Al tener muy pocas cosas históricas cualquier cosa la conservan como oro en paño.

Otra de las plantaciones.

De todas las que vimos, esta mansión era de las mejor conservadas. Por dentro era una preciosidad.

Salimos para Huelva y Castellón, y nada más salir me llamaron para decirme que tratara de encontrar una solución con la tripulación, para que en Castellón la descarga la hicieran ellos con las grúas del buque, ya que era un puerto particular y no había estibadores.

Antes de continuar con lo anterior voy a comentar una anécdota, y la broma que le gasté a Ricardo Matoses, Primer Oficial: todas las tardes, después de la cena solían jugar una partida al parchís, Ricardo y el agregado que hacía la guardia con él, contra Carlos de Oyarbide, Segundo Oficial, y su esposa.

Como todos los días perdían Carlos y la mujer, les dije antes de llegar,  la última partida la iban a ganar, así que con líquido corrector blanco y un rotulador negro preparé seis dados de forma que cada uno de ellos sólo tenía el número uno en las seis caras; de ese modo, lo tirasen como lo tirasen siempre saldría el uno. Me comentó Carlos que se iba a dar cuenta pues se verían los números de los lados igual al de arriba, le respondí que no se preocupara pues solamente iba a mirar el de arriba, como así fue.

Le dije a Carlos que tuviese los seis dados en la mano, bajo la mesa, y que los cogiese cada vez que le interesase. Esto lo sabíamos todos los que estábamos alrededor, y como al día siguiente llegábamos nos congregamos bastantes mirones.

La paliza fue de órdago. Como no habían ganado ni un sólo día, Ricardo se empeñó en jugar otra partida, así que volvieron a darle otra paliza. Después de un rato de cachondeo, Carlos le dijo que le habían ganado haciendo trampas, pero era tal al cabreo de Ricardo que no se lo creía, insistiendo en que era mentira, hasta que, con el regocijo general, le enseñó los dados trucados.

Siguiendo con la descarga por los tripulantes, después de unas cuantas reuniones se llegó a un acuerdo en el que entraban todos: en la semana que se esperaba que tardaría el barco en ser descargado, obtendrían unas ganancias que ascenderían alrededor de la trescientas mil pesetas. Se primaba si se terminaba en menos tiempo, y de hacerlo en más tiempo el beneficio diario se vería reducido.

El ritmo de descarga se estableció muy lento por lo que se esperaba acabar en menos días. La verdad es que todos los tripulantes quedaron contentos y a la Empresa le pareció también un buen acuerdo, felicitándome por ello, aunque sólo verbalmente.

A la llegada a Huelva yo desembarcaba, pero nada más llegar nos esperaba toda la cúpula de Elcano y los representantes de los sindicatos.

Una vez embarcaron, y antes de reunirnos con los tripulantes, tuvimos una reunión bastante rápida en el Camarote del Armador; en ella, el Director de Personal fue el único que llevó la voz cantante comentando que estaba todo decidido tal y como lo habían hablado en Madrid anteriormente. El acuerdo les parecía bien y nos dieron luz verde para seguir adelante con él.

Cuando nos reunimos con toda la tripulación, uno de los representantes de un sindicato protestó, dando la nota, por lo que el Director General de Personal hizo un receso y volvimos a reunirnos en el Camarote del Armador. Le llamó la atención haciéndole notar que no era eso lo que se había acordado anteriormente, a lo que éste, con todo el descaro del mundo le respondió que había elecciones próximamente y que era ésta una forma de destacar en algo para que le volviesen a elegir.

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