Capítulo VIII – Buque «Ciudad de Oviedo»

CAPÍTULO VIII – BUQUE  “CIUDAD DE OVIEDO”

Me enviaron a la M/N “Ciudad de Oviedo” que estaba en Bilbao y hacía la línea a Guinea, embarcando el 19 de Febrero de 1968. Hicimos escalas en Pasajes, Santander, Gijón, Vigo, Cádiz, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife, puertos en los que fuimos cargando partidas de carga general para Guinea, aunque este buque contaba también con algunos camarotes para pasajeros.

Seguimos viaje tocando en Monrovia; y ya en Guinea, Santa Isabel, San Carlos, Bata, y regreso a Santa Isabel. Después, Monrovia y Cádiz, donde volví a ser Transbordado al “Ciudad de Valencia” para completar los días de navegación y poder, así, examinarme para obtener el título de Piloto de 2ª Clase. Desembarqué el 14 de Abril de 1968.

Cuando me incorporé en Bilbao estuvimos algunos días recibiendo carga, durante los cuales solíamos salir por las tardes a tomar unas copas y alguna que otra tapa, entre ellas tigres y rabas, pues la comida a bordo no era muy buena. Un domingo fuimos a una sala de fiestas –creo se llamaba las “7 Estrellas”– que estaba a tope, allí estuvimos charlando con un grupo de chicas que sólo por el hecho de no ser vascos no nos miraban muy bien y preferían bailar solas que con nosotros. Fue la primera vez que me enseñaron un pin con la bandera vasca, según decían.

En Monrovia (Liberia), a los agregados nos enviaron a controlar la entada a bordo del personal de fuera. El Mayordomo tenía, en este puerto, un negocio de venta de jamones que, por lo visto, su carne era muy apreciada por los nativos y extranjeros. Nos dedicamos a no dejar pasar a nadie que no tenía nada que hacer. Cuado había transcurrido aproximadamente una hora, el Primer Oficial nos encargó otro cometido por lo que imagino que el Mayordomo habría hablado con el Capitán, ya que no había hecho ninguna venta.

Este barco no tenía aire acondicionado, por lo que mientras estuvimos en Guinea los camarotes eran lo más parecido a una sauna.

La primera escala en Santa Isabel (Guinea Española) la recuerdo como unos días de vacaciones magníficas. Le daba a los amanteros 50 pesetas al día y me contaban toda la mercancía que embarcaba en mi bodega (café y bidones con aceite de coco), mientras iba a la piscina del casino a bañarme y tomar unas copas. Por la tarde, al cine y a seguir de copas en el casino para, finalmente, acudir a la única sala de fiestas que había en la isla.

En la foto, el buque, que era mixto, largo, de pasaje y carga general; en el palo de popa, entre las bodegas tres y cuatro se extendía una pantalla que servía para ver películas por la noche, cuando el tiempo lo permitía.

En el transcurso de una guardia durante el viaje, el Capitán, Francisco Millet, apareció en el puente, donde se dedicó a someternos a una especie de examen de un aparato detector de incendios para controlar las bodegas. Parecía éste una ruleta que en su centro disponía de un dispositivo para probarlo; tras dar una calada a su puro y expulsar el humo, se dedicó a hacer saltar la alarma. Nos hizo multitud de preguntas sobre el sistema y como respondimos bien nos dejó tranquilos el resto del viaje.

La única foto que tengo de esta época está tomada en Santa Isabel, y en ella, de izquierda a derecha, el Tercer Oficial, Alumno de Máquinas, Segundo Oficial, Segundo Maquinista, yo, Segundo Radio, Primer Maquinista y Alumno de Náutica.

Solían venir a bordo unas negras que se dedicaban a lavar y planchar la ropa, y aprovechaban la hora de la comida, en que estábamos todos los oficiales, para recogerla y entregarla. Había una muy singular, María, que podría tener unos treinta años aunque aparentaba sesenta, que, cuando entraba, su saludo era “Ave María Purísima”; los que llevaban más tiempo solían decirle que no le daban la ropa porque “tenía las bragas sucias”, tras lo que se levantaba las faldas para enseñárnoslas.

Durante la travesía, en los días fondeados durante la carga en Bata, se instalaba una pantalla en el palo de popa en la que se proyectaban películas que solían ser de vaqueros y cosas parecidas, con las que los estibadores lo pasaban de maravilla. Uno de ellos me comentó que quería ir a América porque así “tendría una pistola y podría utilizarla contra quien quisiese”; la verdad es que la mentalidad de algunos no pasaba de la de un niño de seis años.

Durante la estancia en San Carlos, el buque se fondeaba y en la popa se colgaba una escala con la que acceder a un pequeño embarcadero, aunque las operaciones de carga y descarga se hacían a través de gabarra. Uno de los días salté desde el puente al mar haciéndome daño en una vértebra, no fue mucho pero siempre me han seguido estas molestias sin llegar a ser nada grave.

En Bata descargábamos, fondeados, a gabarras, saliendo a última de la tarde y regresando en la primera de la mañana. Dormíamos en el Hotel Finisterre, pues el dueño era familiar del Alumno de Máquinas y le había dejado una habitación con dos camas. Tenía colgada a la entrada una pareja de cuernos de elefante de más de 2 metros de altura.

Una de las noches, la última que dormimos en el hotel, salimos el Segundo Oficial, el Segundo Radio, el otro Alumno de Puente, el Alumno de Máquinas y yo; estuvimos en el Casino con las chicas ‘decentes’, y cuando cerraron nos fuimos a dar una vuelta a una de las discotecas.

El Segundo Radio y yo fuimos por un lado, mientras el resto lo hizo por otro. Cuando regresamos al hotel escuchamos gritos, y al llegar a la habitación nos encontramos al Segundo Oficial y a una morena llenos de mierda y gritando, mientras los otros dos se partían de risa.

El otro Alumno de puente, como sólo se habían llevado a dos morenas a la habitación para los tres y a él  no le tocó ninguna, no tuvo otro ocurrencia que, al no tener cuarto de baño en la habitación, cagarse en una cama. El resultado saltaba a la vista pues parecían dos croquetas rebozadas en mierda.

Debido a ello fue la última noche que pudimos dormir en el hotel, por lo que tuvimos que hacerlo en la playa hasta que saliera la primera lancha de la mañana.

Durante los días fondeados en Bata me robaron dinero del camarote. Fuimos llamados por la policía para declarar en la comisaría; me tocó en suerte un inspector moreno al que al final tuve que aclarar que era yo el perjudicado; en vista de ello intentó culparme de otro robo anterior, pero como no estuve enrolado no pudo inculparme, así que se dedicó a intentar venderme una plantación de madera.

Durante el fondeo en Bata se pescaban unos peces llamados “colorados”, que eran parecidos a besugos pero mucho más rojos; solían ser bastantes grandes y tenían la particularidad de que si no se protegían del sol, en un rato quedaban como gelatina y no servían para nada, mientras que a la sombra no les pasaba nada y no estaban malos cuando los comíamos.

Coincidí en Santa Isabel con Julio Caro, que estaba de Alumno en el B/T “Bailén”, algo que ya había sucedido un par de veces en otros puertos españoles.

Volvimos a Santa Isabel, y una noche, al terminar la carga, salimos el otro alumno de puente y yo a tomar unas copas. Al final, las copas fueron muchas, y como teníamos un par de botellas de ginebra nos metimos en el cine donde nos dedicamos a ofrecer bebida a todos los que estaban viendo la película.

Terminamos aburriéndonos de esta ocupación, así que decidimos salir a seguir la fiesta por la ciudad. Al final, de vuelta al barco, al guarda de la puerta, que era un moreno, le hicimos que se bebiera una botella de ginebra de un tirón, acabando el pobre con una borrachera de escándalo, dormido en cubierta.

Como seguíamos teniendo ganas de fiesta pusimos los altavoces que se utilizaban para las películas que se ponían a bordo, a todo trapo. Más tarde nos comentaron que desde el cine escuchaban la música.

Los estibadores eran morenos en esta época, generalmente de Biafra y Nigeria, aunque poco después acabaron con todos los biafreños. Como estaban en guerra y permanecían a bordo durante toda la estancia en Guinea, se organizaban muchas peleas que, por suerte, se paraban enseguida.

Un día, un nigeriano agredió a un biafreño y lo castigaron con tres días de cárcel porque la agresión había sido sin mediar palabra y le había dejado la cara que parecía que le hubiese pasado un tren por encima.

Cuando el agresor regresó a bordo, al terminar de subir y al ir a pasar la regala apareció el agredido, quien le dio tal puñetazo que fue al mar directamente, de donde tuvieron que sacarle porque estaba inconsciente. Lo cierto es que no se ahogó de milagro.

Ahora el castigo fue el mismo: tres días a la cárcel el agresor. Estos estibadores eran verdaderos atletas de cuerpos esculturales; tenían que serlo pues de sol a sol movían sacos de café de 50 kilos como si fueran una pluma, por 500 pesetas al mes.

Yo había comprado un loro en Santa Isabel, pero como se pasó toda la noche silbando y no me dejó dormir, al día siguiente se lo regalé al Segundo Oficial, Pepe Cañas. De vuelta a España nos empeñamos en enseñar a hablar al loro que Pepe Cañas decidió llevar a sus hijos, pero no conseguimos que aprendiera nada. Fue mejor así pues todo eran tacos y que “Pepe iba de putas”.

También durante el viaje de vuelta, que ya se venían muchas familias españolas porque se iba a entregar a los guineanos, se organizaban algunas partidas de póker a las que solía jugar y con las que conseguí ganar unas cuantas pesetas que me vinieron muy bien.

En cubierta se traían algunos coches, entre ellos un Citroën –el clásico dos caballos– que venía cargado de recuerdos y con dos chimpancés jovencitos. Todas las mañanas, el dueño, que era alemán, se acercaba al coche para dar de comer y beber a los animales, momento en que cada uno de estos lo saludaba desde el interior mientras le mostraban una nueva pieza que habían roto: un día el espejo, otro el intermitente…, cuando desembarcó en Cádiz casi no quedaba parte del interior intacta.

Desembarqué en Cádiz, volviendo a ser transbordado al “Ciudad de Valencia”, otra vez para terminar los días de navegación y poder examinarme para obtener el título de Piloto de 2ª Clase, el 14 de Abril de 1968. De haber seguido en este buque, con los días de parada que hubiese hecho no habría podido examinarme. Así, por lo menos podía tomar contacto y ver cómo eran los exámenes.

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