Capítulo XXX – Buque «Castillo de Monterrey» – Segundo Embarque

CAPÍTULO  XXX – BUQUE  “CASTILLO DE MONTERREY” SEGUNDO EMBARQUE

Volví a embarcar nuevamente en el Castillo de Monterrey, en Barcelona, y como no había flete para transportar cemento salimos a órdenes para Sudamérica.

En este embarque, los viajes que hicimos fueron para cargar maíz en Paranaguá (Brasil), Quebracho y Bahía Blanca (Argentina), haciendo las descargas en Tarragona.

Como no había flete de cemento salimos, como digo anteriormente, a órdenes para Sudamérica, haciendo consumo en Santa Cruz de Tenerife y unos días después recibimos orden de proceder a Paranaguá. Durante el viaje se oían noticias de que Gran Bretaña estaba preparando una flota para enviarla a las Islas Malvinas, que el pasado año habían sido tomadas por Argentina.

Ya en Paranaguá, desde muy temprano me encontraba en el puente, pues es bastante larga la entrada hasta la estación de prácticos, cuando empezó a subir un olor a pan recién hecho desde la cocina. Solían hacer unos bollitos que quitaban el hipo, así que mandamos por unos cuantos y un café. Calentitos, como estaban, con mantequilla, repetimos unas cuantas veces. Nos comimos más de cinco cada uno de los que estábamos en la recalada.

Una vez subido el práctico a bordo, seguimos. Nos llevó al fondeadero donde esperamos a que saliera otro buque que estaba acabando la carga. Mientras estábamos en el fondeadero cayó una lluvia tropical que no permitía  ver a cinco metros. En la foto anterior se pueden ver las nubes al amanecer.

Cuando atracamos empezaron los problemas: Elcano había contratado el buque como si fuese en selftrimer (autoestibante), y nada mas lejos de la realidad, pues había que trimar todas las bodegas, bien con máquinas o bien a mano.

Querían echarnos del atraque, pues éste en especial era para el tipo de buque mencionado anteriormente. Después de muchas discusiones, llamadas de teléfono a los fletadores y explicaciones, al final empezamos a cargar en este sitio, mientras se podía hacer directamente desde el silo, para después cambiarnos a otro atraque en el que terminar la carga, estibando los lugares que no podían hacerse automáticamente.

En el primer atraque había dos vertederas con una capacidad de carga de dos mil toneladas por hora, cada una, por ello se utilizaba sólo para buques tipo Bulkcarrier.

Todo esto ocurrió en la oficinas del Silo: En una mesa contigua a la nuestra había un Capitán griego que lo primero que preguntó fue que “cuánto le iban a pagar”, porque si no le daban nada, la secuencia de carga iba a ser de quinientas en quinientas toneladas en cada bodega, lo que llevaba a un enorme retraso, ya que poner en marcha la cinta para esa cantidad, pararla para cambiar de bodega y volver a ponerla, suponía una enorme pérdida de tiempo y retraso en los buques que esperaban fondeados. Estas cosas en los capitanes griegos estaban a la orden del día y, además, con el beneplácito de los armadores.

En el primer cargadero estuvimos un par de días, y en el segundo la cosa se demoró mucho. Hubo varios intentos de venir con chicas a bordo por parte de los jóvenes, alumnos y tercero. Contrataron una lancha para traerlas por mar, puesto que no las dejaban entrar por tierra, pero cuando iban a embarcar la policía se lo impidió, no llegando las chicas ni a embarcar en la lancha.

El día siguiente, Rogelio, el radiotelegrafista, me comentó que era agregado, Jorge Naberán, y otros. Les montamos un pollo de no te menees; les dije que había venido la policía a bordo y que les iban a poner una multa del copón, y que como volvieran o cogerlos se quedaban en el país hasta el juicio.

Pensaban bajar a tierra todos los días, y transcurridos dos les comenté que lo había arreglado pero que me había costado media docena de botellas de champagne, que hice que pagaran. Más tarde, durante el viaje de regreso les invitamos a tomarlas, confesándoles que todo había sido una broma y que esperábamos les sirviera de aviso.

También en el segundo cargadero, Antonio, el marinero que comenté anteriormente en el Puente Castrelos y que se vino a esta compañía conmigo, se puso enfermo y hubo que enviarle deprisa al hospital porque empezó a vomitar sangre. Llamé el consignatario, de nombre “Roberto Wallace Eastwood Mariano”, que llevó a Antonio al hospital donde quedó encamado. Allí estuvo un par de días, regresando después a bordo con medicación, bastante repuesto a pesar de lo que había pasado.

Después de dejarlo, el consignatario volvió al barco a comunicarme lo que le habían hecho y anunciarme que lo habían dejado en observación; estuvimos charlando un buen rato. Era un hombre más bien grueso, y nos comentó que cuando se le llamó estaba en su casa comiéndose un trozo de sandía fresca que, con todo su pesar, había tenido que dejar.

Le preguntamos que cómo se manejaba con las chavales en Brasil, a lo que respondió que ‘era un poco difícil’ pues a él le gustaba lo normal: salir con ellas, dar un paseo, cenar, ir a bailar después y, luego, lo que encartara, pero las chicas sólo querían “foder, foder y foder”, de lo demás pasaban.

Como las travesías se hacían bastante largas, para pasar los fines de semana que no se trabajaba, aunque el barco seguía navegando hacíamos los “Festivales de la Canción”. Estaba enrolado un engrasador de Torrevieja, del que nunca supe su nombre pues por su afición al cante era conocido como “Perlita de Huelva”. Era bastante mayor, por lo que no estaba en el mejor momento de su vida como para dedicarse a esta afición, pero ponía tanto interés que le organizábamos los festivales, haciéndole entrega de la sardina de plata: una sardina de verdad envuelta en papel de aluminio.

Siempre quedaba el segundo porque el primero era uno cualquiera al que le poníamos una casette con alguna canción para que sólo moviera lo labios; se lo tragaba asegurando que su  contrincante merecía el primer puesto.

Para amenizar a los del puente conectábamos un VHF y así podían oír las canciones, siendo ‘gorda’ la que se armaba, pues había partidarios de “Perlita” que protestaban porque le habían dado el segundo premio; todo para armar jaleo. En alguno de los festivales, el Primer Oficial, Luis Domínguez, que estaba de guardia, nos comentaba que teníamos algunos barcos conectados por ese canal oyendo el festival.

Fuimos a descargar el maíz a Tarragona, y en 20 horas estábamos listos para hacernos a la mar. Prácticamente no nos dio tiempo ni para recoger las provisiones, pues en esos años se trabajaba las veinticuatro horas del día, sin parar domingos ni festivos.

Volvimos a salir a órdenes (sin destino fijo) para Sudamérica, navegando con un solo motor, por lo que la travesía se hizo muy pesada, y aunque a mitad de camino recibimos la orden de proceder a Argentina para cargar maíz, no apuramos la máquina y continuamos moderados; nos advirtieron que en el primer puerto cargásemos toda al agua potable posible pues se esperaba una fondeada muy larga en Bahía Blanca.

Durante el viaje escuchamos que una flota Británica se desplazaba hacia las Islas Malvinas para reconquistarlas. Estaba con este barco el año anterior cuando la tomaron los argentinos.

A la llegada a Argentina fondeamos en el Estuario de la Plata, y después de unos cuantos días subimos por el Río Paraná hasta Quebracho, donde cargaríamos una parte para luego terminar en Bahía Blanca, pues el río no tiene calado como para cargar entero este tipo de buque.

Durante la fondeada se produjo el asalto a las Islas Malvinas por los ingleses, y por televisión pudimos asistir a todo lo que ocurrió. En la fondeada en Bahía Banca pudimos ver, también por televisión, tres reportajes, uno argentino, otro británico, y otro independiente que fue una maravilla pues se vio la guerra igual  que si la hubiésemos vivido allí.

Cargadero de Quebracho, donde según los argentinos tuvo lugar la primera batalla de la independencia de su país. Está en mitad del campo, y en una curva del río la corriente hace abrir la proa conforme se va cargando al ir acortándose los cabos y la proa separándose del atraque.

La salida a tierra se hacía por la escala que se puede ver, y desde allí, por encima del techo que se dirige a tierra, que cuando soplaba viento parecía que te iba a sacar y tirarte al río. Creo que se incumplían todas las normas de seguridad vigentes en cuanto acceso al buque, pero esto todavía no importaba en Argentina.

En la foto siguiente puede verse la escalera y la zona de salida hacia tierra.

He de decir que en este viaje nos impusieron Consignatario, griego para más datos, aunque nosotros teníamos Agente Protector. Nada más atracar, el griego me aseguró que el Inspector de Agricultura rechazaba las bodegas; no me extrañó nada, aunque sabía que estaban en condiciones de ser cargadas, pero había que pagar la “mordida”, así que le pregunté que cuánto quería, diciéndome que cien dólares, ordené que se los pagaran para que no demorara más la carga. Como se puede suponer, esta cantidad era insignificante para el buque pero para ellos suponía un capital, sobre todo en dólares americanos.

Para nosotros suponía una diferencia de cinco a uno el conseguir pesos argentinos con pesetas, a hacerlo con dólares, y eso que con las pesetas ya nos daban un buen cambio.

En la fotografía anterior se puede observar la escala de salida a tierra, separada por el efecto de la corriente del río. Costaba muchísimo trabajo acercarnos luego hasta el atraque.

Cruce con otro barco durante la bajada del río que, como puede verse, es bastante ancho. Debido a la nueva presa construida la lluvia había aumentado mucho y se encontraban grandes zonas inundadas, tanto es así que no se veían los bordes del río y toda la zona que se abarcaba desde el puente estaba anegada.

En la fotografía anterior se ve la margen del río aunque no puede apreciarse la zona contigua llena de agua, los prácticos se quejaban pues en algunos momentos no tenían referencias y navegaban un poco a ciegas y por la experiencia de los años.

Y en la siguiente, el único puente que cruza el Río Paraná, que es bastante largo, y es, por tanto, el único sitio por donde atravesarlo con coche o camión.

Como en Argentina todo el mundo se quejaba, ya dudabas de que fuera verdad o de que viniesen pidiendo de una manera sutil, pero en definitiva como no se fuese con la “mordida” acababan poniendo pegas. Unos pedían dinero, otros comida, otros tabaco o whisky, pero en definitiva parecía que les había hecho la boca un fraile, como decimos por aquí. La seguridad era lo de menos y el cálculo de estabilidad de grano se lo pasaban por el ‘arco del triunfo’.

A la llegada a Bahía Blanca nos mandaron fondear, lo que hice en el fondeadero interior pues estaba bastante libre y pensé que si necesitábamos cualquier cosa de tierra era mucho mas fácil que nos lo suministraran.

A los pocos días de estar allí, después de cenar se levantó un viento y una mar muy fuerte que nos hizo garrear. En este momento debíamos estar en este fondeadero unos diez o doce barcos grandes y un pesquero español, el “Aracena”. Mientras virábamos la cadena, el Jefe de Máquinas intentaba engranar los dos motores a la hélice, pero estábamos tan cerca del buque que teníamos a popa que le dije que engranase uno sólo, que ya me las apañaría para salir así.

Se organizó una melé que el VHF no paraba de funcionar: varios buques engancharon las anclas y yo tuve a uno tan cerca por el costado de estribor que les veíamos las caras a los tripulantes de proa que viraban la cadena.

El “Aracena” fue el primero en salir del fondeadero llevándose un par de boyas por delante; nosotros salimos detrás dejando a los demás liados, aunque no hubo que lamentar ninguna desgracia; sólo un par de buques sufrieron una pequeña colisión de escasa importancia.

Desde este momento no se me ocurrió volver a meterme en este fondeadero y nos quedamos en el exterior, que aunque estaba a unas cuantas millas era mucho más seguro al no tener barcos fondeados tan cerca.

Permanecimos en espera de atraque cuarenta y dos días, mientras nos dedicábamos a pescar y a pasar el tiempo de la mejor manera posible. En la foto anterior, yo estoy con una especie de mero que pesó cerca de cuatro kilos, del que dimos buena cuenta.

Uno de los días de la fondeada me llamó Rogelio, el radiotelegrafista, pues había interceptado un telegrama de un maquinista de la compañía, amigo nuestro, en ese momento enrolado en otro buque de la compañía que también estaba en el fondeadero en espera de atraque, que se quejaba al sindicato por abuso de autoridad del Capitán.

El motivo era que se le exigía ir de uniforme en todo momento y él decía que durante la guardia le parecía bien, pero no así en sus ratos libres que podía vestir como quisiera. El Radiotelegrafista del otro buque era Jesús Touzón, así que nos pusimos en contacto con él para que le dijera que tenía una llamada de Madrid, del Sindicato; nos costó trabajo pero le convencimos.

Cuando se puso le dijimos que se había recibido un telegrama suyo pero que muchas letras venían machacadas y no lo entendían muy bien, aunque quedaba claro que se refería a abuso de autoridad y le llamaban para que lo explicara.

Enrique, nervioso lo explicaba, y nosotros erre que erre, le decíamos que hablara despacio porque se acoplaba el sonido y no le entendíamos. Así lo tuvimos más de media hora hasta que Rogelio le dijo: “¿Sabes que te digo?, que te vayas a la mierda”. Hubo un rato de silencio y enseguida se oyó: “Rogelias, meretrices, hijos de puta…”, y todos los insultos posibles. Aunque en principio se lo tomó a mal luego se calmó. Nos reímos un buen rato.

Unos días antes de atracar recibí un telegrama del inspector Paco Pedraz, para que desmontara un motor y entrase con él así a puerto para que el Lloyd´s (Sociedad Clasificadora) hiciese unas inspecciones, a ello me negué rotundamente, no volviendo a insinuarlo mas.

Terminamos la carga en Bahía Blanca de noche. Siempre había que hacerlo con marea alta para aprovechar al máximo el calado y, como es lógico, la carga embarcada. A la hora de la salida se presentaron el Práctico del Puerto, el de Río y el Milico (Oficial de la Marina de Guerra).

El Práctico de Puerto, nada más llegar me dijo que la popa estaba sobrecalada tres centímetros, así que llamé al Jefe de Máquinas y le dije que empezase a achicar el Peak de popa; sabía que tenía algo de agua de lastre. Cinco minutos después me dijo que ya estaba en calados, cuando yo sabía que en ese tiempo no se había podido poner la bomba a achicar, no obstante llamé al Jefe y de dije que ya estaba bien.

Después de esto, el Práctico de Río y el Milico bajaron por el costado de fuera para ver el calado del centro, subiendo ambos asegurando que estábamos sobrecalados; le pregunté al Primer Oficial, Tomasón, quién me dijo que no era verdad, que estábamos con el calado indicado y exacto.

Bajé a tomar el calado y cuando subí les dije a los anteriores que no era verdad lo que decían y que no estábamos sobrecalados, el Práctico volvió a bajar y cuando subió me dijo que tenía razón pero que se había pasado la hora de la marea y que había que dejarlo para la siguiente.

A nosotros nos supuso doce horas de retraso, pero al Gobierno Argentino una buena cantidad de dólares por las demoras de todos los buques que estaban fondeados y que seguían cobrando hasta que cargaran.

Al poco tiempo de haberse marchado apareció el Agente (griego), que traía una carta donde se nos hacía responsables de todas las demoras, gastos, etc., por no haber podido salir a la hora de la marea por no estar en calados.

Cuando terminé de leerla llamé a Tomasón y le dí la carta del griego; después de leerla se fue para él llamándole de todo, y de no ser porque salió corriendo, lo tira al agua. El llamarle Tomasón era por su estatura y corpulencia, así que el agente griego hizo bien en correr.

Finalmente salimos al día siguiente pero nadie cobró la “mordida”. Este país con pozos petrolíferos era el único del mundo en el que la compañía que extraía el petróleo perdía dinero.
Durante el viaje de vuelta a España, otra vez a Tarragona, una noche, al sentarme a cenar a la siete de la tarde, observé que el Tercer Oficial, Pablo Cerame, tenía una borrachera que se le trababa la lengua y nada más empezar a cenar se levantó de la mesa y se marchó.

Tras preguntar, pude enterarme que después de comer, junto con Tomasón se había tomado unas copillas, para éste no era nada dada su corpulencia, pero para Pablo era demasiado, así que terminé de cenar y me fui al puente a hacerle el relevo al Primer Oficial. Tal como tenía previsto no se pudo levantar y le dejé dormir para que se le pasara la “curda”.

Entre Rogelio, el radiotelegrafista, y yo, preparamos un plan para que esto no se le olvidase en la vida. Le dije al marinero que montaba la guardia con él que a la mañana siguiente le comentase que yo tenía un “cabreo” de órdago y que no había abierto la boca durante toda la guardia.

Cuando terminó la guardia pensé qué hacerle; se me ocurrió meterme en el camarote, ya que él no se enteraría, y “cagarme” en la cama; así, cuando despertase no iba a decir una palabra a nadie porque no sabría lo que había sucedido; el radiotelegrafista me dijo que era demasiado, así que desistí.

Fui buscar a “Foc”, un perro que me habían regalado en Valencia y que yo, a mi vez, le había regalado el Jefe de Máquinas, y lo acosté con él, así que cuando se despertó se encontró con el animalito en su cama.

La mañana siguiente, como normalmente se hacía me llamó a eso de las once; le dije que después de comer quería hablar con él y le colgué el teléfono.

Yo tenía la costumbre de ducharme y sabir al puente a tomar un café, y esa mañana, en lugar de proceder así me duché y fui a la radio donde me tomé el café; le pregunté al radiotelegrafista que cómo iba la cosa con el Tercero, me aseguró que estaba “acojonado”, que no sabía que hacer y el Radio, encima, metiéndole caña. Él desde el puente hablaba con el Radio por una puertecita que se comunicaba, sin saber que yo estaba allí.

Al cabo de un rato el Radio le dijo que como él tiene bastante amistad conmigo cree que puede solucionarlo, y que como a mí no me gusta el vino ni las bebidas, pero sí el champagne, que con un par de cajas podía empezar a solucionarlo. El Tercero decía que sí a todo, así que Rogelio le pasó un vale, que firmó, por tres cajas de champagne que nos fuimos bebiendo a su salud durante la vuelta a España, sin que él tomase una sola copa.

Lo tuve más de una semana pensando que estaba cabreado con él y durante este tiempo lo pasó mal pues no le dirigía la palabra. Más tarde me comentó que le sirvió de escarmiento y que pensaba que nunca más volvería a tomarse un a copa antes de las guardias; confío en que haya sido así.

En mi despacho había un radiocassete que cuando había balance tenía que ponerlo encima del sillón para evitar que se fuese al suelo, así que llamé al carpintero, en esos momentos Jesús Vázquez, “Cepo”, y le expliqué que quería unos listoncillos para sujetar el aparato a fin de que no se moviese con los balances.

Cuando lo instaló no tuve más remedio que ordenarle que lo desmontara, volviéndole a explicar lo que quería. Creo que de la madera más sucia, rota y mala que había a bordo, había hecho tres vigas en vez de listones. Comprendí entonces por qué le llamaban “Cepo”.

Cuando llegamos a Tarragona, y mientras venía mi relevo, me enteré de la anécdota de la madrina de este buque, pues había oído hablar de ello pero no sabía qué era lo que realmente había sucedido.

El Castillo de Monterrey tuvo su madrina y la ceremonia se celebró en Cádiz, como se ha visto anteriormente, pero el Castillo de Monterrey no tuvo madrina y en el primer viaje que se hizo a Tarragona, estando Pepe Mauri de Capitán, éste decidió que el buque debía tener su madrina, lo que organizó como se estilaba antiguamente en los barcos de pesca.

Se fue a por una ‘fulana’, que subió a bordo donde le dió cerveza hasta que no pudo más y tuvo ganas de orinar; fue entonces cuando la paseó por todas las dependencias del buque haciéndola orinar un poco en cada sitio. Esto llegó a oídos de la Empresa, aunque sólo dijeron que “eran cosas de Pepe”. Así supe del episodio de la madrina.

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