Capítulo XXXI – Buque «Castillo de Javier» – Segundo Embarque

CAPÍTULO  XXXI – BUQUE  “CASTILLO DE JAVIER” SEGUNDO EMBARQUE

Esta vez me enviaron al “Castillo de Javier”, embarcando en Huelva a finales de Septiembre de 1988. Como ya se había firmado un contrato con Rinker, empezamos a llevar cemento desde Valencia descargando en Port Cañaveral, Port Everglades, Tampa y, esporádicamente, en Puerto Haina (Santo Domingo).

Desde Huelva fuimos a cargar a Valencia; para mí era la primera vez, aunque ya se habían realizado varios cargamentos, pues el contrato con Rinker se inició estando yo de vacaciones.

Entrando en Port Cañaveral. En el centro de la imagen, el Silo donde descargábamos con sus propios medios, y a la derecha la entrada a una de las mayores bases de submarinos atómicos de Estados Unidos; aquí entran los mayores debido al calado.

Al descargar con los medios de ellos teníamos que tener abierta la bodega desde la que estaban descargando; al ser ésta una zona tropical, de vez en cuando caían fuertes aguaceros, por lo que se hacía necesario cerrar la bodega para que no se mojase la carga y fraguase, lo que impediría efectuar la descarga más tarde con normalidad.

Como se tardaba un buen rato en poner en marcha las bombas y sacar el “siwertell” –aparato que se utilizaba para descargar y cerrar las tapas de escotilla–, era necesario que el oficial de guardia estuviese en el puente con el radar encendido para detectar la lluvia y avisar con tiempo suficiente para poder cerrar la bodega.

La verdad es que esta descarga era un relajo para el personal del buque pues solamente debían estar pendientes de la lluvia, ya que la descarga la hacían ellos mismos hasta la terminación de la bodega.

Esto duró poco pues en otra fotografía que pondré más adelante se ve la trayectoria que seguía el cemento. Cuando llevaban un rato descargando había que parar porque, en vez de ascender el cemento, éste bajaba y llenaba la cinta trasportadora, por lo que unas descargas más tarde decidieron que, para evitar problemas, la operación la realizáramos nosotros mismos.

Frente a nuestro atraque había una serie de bares en los que se podía comer ostras; una vez sentado en la barra con una cerveza, te preparaban un cubo que normalmente contenía más de cien. Había que pedirles, no obstante, que no las lavaran con agua dulce y que las pusieran tal como quedaban al abrirlas, con limón. Era bastante barato.

Aunque a la muerte de Kennedy le llamaron Cape Kennedy, todo el mundo seguía llamándole Cape Cañaveral.

Aquí estoy en el módulo lunar, en una visita que hicimos a la zona donde la Nasa lanzaba los cohetes. Fue muy interesante pues vimos las torres donde se ensamblaba el Apollo, y el vehículo en el que era transportado; tenían una zona con maquetas de todos los cohetes utilizados, incluso los V1 y V2 alemanes, y la historia de todo lo que fue ocurriendo desde que dio comienzo el proyecto.

Ésta es la entrada en Port Everglades, donde el edificio de la derecha estaba literalmente sobre la playa. Habíamos preparado la descarga con tres líneas pero afortunadamente no estaban preparados el primer día más que para dos líneas, ya que una vez empezado y estudiando la manera de poner la tercera línea se vio que faltaba una válvula que debía separar la zona de babor de la de estribor de la bodega, aunque venía indicada en los planos.

Lo que hubiese ocurrido es que, en vez de mandar el cemento por la línea de descarga, habría trabajado una banda contra la otra, causando alguna avería.
Merece la pena comentar que cuando teníamos una persona enferma se enviaba al médico; en este puerto era la doctora Dayton, que debía tener más de sesenta años.

Uno de los marineros, “Maoliño”, bajito y con siete hijos, tenía que mojar el “pizarrín” en todos los puertos; durante el viaje empezó a tener problemas, así que a la llegada lo mandé al médico con el Tercer Oficial para que le recetara la medicación necesaria con la que ‘arreglarle el aparato’.

Cuando volvieron, el Tercero me comentó que en su vida había pasado más vergüenza. Ocurrió que cuando la doctora le cogió el ‘pito’ para revisarlo, “Maoliño” tuvo una erección que no hubo forma de bajarle. Años después conocí a la doctora: creo que era lo menos sexy que pueda uno imaginarse. No comprendo, por tanto, lo de este hombre: con el ‘aparato’ estropeado y en manos de esta doctora, se hace difícil plantearse la situación.

Desde Port Everglades salimos para Tampa adonde llevábamos cemento blanco. Durante la travesía entró una ola a bordo que lesionó a tres tripulantes que estaban en cubierta. Como uno tenía muchos dolores y nos temíamos que pudiese tener una fractura en la pierna, contacté con el Coast Guard; no habían pasado diez minutos cuando teníamos en la popa un helicóptero del que se descolgaron un médico y un enfermero, que inmediatamente reconocieron a los tres; a dos de ellos los dejaron a bordo y al tercero que, efectivamente, tenía una fractura, lo subieron al helicóptero para trasladarlo a tierra. Desde que los revolcó la ola hasta que se fue el helicóptero no pasaron mas de treinta minutos. En otro capítulo contaré otro accidente sufrido en Port Everglades, y posteriormente otro en La Coruña, para ver la diferencia de servicios.

Cruce con otro barco en el canal de entrada a Tampa. Era un canal delimitado por boyas pues en esta zona no hay mucho fondo pero sí una corriente muy fuerte que te sacaba del mismo, por lo que había que estar rectificando el rumbo constantemente.

Hacía unos años, un buque que entraba en la bahía colisionó con un pilar del puente que la atravesaba, desprendiéndosele la parte central; cayeron varios coches al agua y hubo varios muertos. Este accidente lo había leído estando en casa y ahora iba a pasar por el lugar en el que ocurrió. En la foto siguiente se ve el puente al que le falta la parte central, pues todavía no se sabía qué iban a hacer. Finalmente se hizo un nuevo puente que años más tarde pude ver terminado.

Desde Tampa nos mandaron a cargar a New Orleans. Era una época en la que había que esperar fondeados bastante tiempo pues había mucho tráfico. Cada dos días había que bajar a tierra con el Jefe de Máquinas para hablar con la Compañía y ya, de paso, aprovechar para tomarnos unas cervezas, comer y oír un poco de música, como es lógico en el French Quarter y en el Maison Bourbon.

Mientras estuvimos en el fondeadero falleció Pat O’Brayn, fundador del restaurante, bar, etc., del mismo nombre, en el French Quarter, y personaje muy popular en la ciudad. Dieron la noticia por la televisión y lo mas curioso es que mientras tomábamos una copa en su local, después de haber comido y escuchado música, nos entrevistaron para el Canal 7, preguntándonos por la muerte de este señor; al darse cuenta de que no éramos locales nos hicieron la entrevista preguntándonos qué nos parecía New Orleans, esta zona y los motivos de estar allí. Por la noche vimos el reportaje en la televisión, pero no pudimos grabarlo.

El mejor lugar para escuchar música es, para mí, Maison Bourbon, donde los músicos no bajaban de setenta años. Abrían muy temprano, posiblemente desde las once de la mañana ya estaban en la tarea. Servían la bebida en unas copas preciosas con el anagrama del local, por lo que la primera vez que fui acabé enseguida el café irlandés para guardármela, aunque nada más quedar vacía un camarero se la llevó para, un momento después, regresar con ella envuelta en una bolsa de plástico. Así, me hurtó la ilusión de ‘robarla’.

Una vista de la orquestilla en un momento de la actuación. Oírlos tocar en directo era una maravilla.

En la foto anterior estamos, la esposa del Jefe, Belisario Sixto, jefe de máquinas, yo, Eduardo Martos, segundo maquinista al que apenas se le ve, y Luis Domínguez, primer oficial, tomando café y copa después de la cena, mientras estábamos fondeados en espera de atraque.

Desde New Orleans fuimos a Las Palmas de Gran Canaria a descargar parte del  maíz. El primer barco es el Castillo de Javier durante la descarga. La fotografía debe estar hecha desde un avión pues lo más alto de esa zona es el silo de grano que aparece en primer plano.

El muelle donde estamos atracado me trae recuerdos del “Puente Castrelos” en un embarque en Las Palmas de Gran Canaria, atracados en el muelle antiguo mientras se construía éste en la zona que llamaban la dársena exterior y me ordenaron cambiar de atraque. Yo no conocía la zona y los prácticos no estaban disponibles, así que tuve que hacer la maniobra. Cuando nos dirigíamos al atraque oí al Contramaestre, Ernesto, dando gritos desde la proa, aunque no le entendía, por lo que dí atrás toda para parar el barco ya que llevaba bastante arrancada; pude ver que el espigón estaba a ras de agua, por lo que, de haber seguido avante, nos hubiéramos subido en él.

Acababa de hacer el relevo por la mañana y nadie me había avisado de la obra nueva. Quiso la casualidad que, además, fuera de noche, aunque, afortunadamente, una vez más la suerte me acompañó como así ha sido en muchas ocasiones en mi vida.

En la foto, una llegada a Tarragona con mucho frío. En el centro de la imagen aparezco flanqueado, a mi derecha por Carlos de Oyarbide, tercer oficial, y a la izquierda por Luis Domínguez, primer oficial.

2 respuestas a «Capítulo XXXI – Buque «Castillo de Javier» – Segundo Embarque»

  1. Hola Capitan Rogelio Garces…. Me acuerdo muy mucho de ti cuando comandabas el buque Puente Castrelos y que por mala suerte posteriormente a tu desembarco y comandado por otro capitan se hundió en ruta desde Las Palmas a Salerno cuando navegaba por el norte de Marruecos (no me acuerdo la fecha)
    El buque iba full, completo de atunes congelados, para la fabrica en Italia. He estado leyendo muy interesado en las historias de tus embarques en diferentes buques y en concreto todo lo que acontece al P. Castrelos que me acuerdo muy bien. Recibes un fuerte abrazo de Mario Rodriguez ex Frucasa Las Palmas.

  2. Estimado Rogelio:
    Enhorabuena por los relatos y los recuerdos que me han provocado.
    No coincidimos, pero sí con algunos de los personajes de tus relatos como Carlos de Oyarbide y Abraham Echevarria, en el Castillo de Monterry a finales de 1989.
    También navegué en el Castillo de Almansa a mediados de 1988.
    Aunque sólo navegué como alumno de máquinas, fue una etapa que no puedo olvidar y al leerte me han sonado todo cuanto decías, desde los puertos como los problemas con las descargas de cemento.
    Un placer leerte y gracias por el trabajo y el esfuerzo.
    Un fuerte abrazo.
    Ernest Valls

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